REENCONTRARSE CON EL ABUSO de Milton Peralta

A Patricia Gordon
Adultos que llevan dentro de sí al viejo niño herido, sepultado por una trama de complicidades, negligencias, descuidos, silencios. Una trama aparentemente sin grietas, que protege al victimario. Digo aparentemente sin grietas porque las fisuras son inevitables; aunque más no sea, tarde o temprano, hablarán los síntomas de la víctima, denunciarán lo que se ocultó en el pretendido lugar seguro del olvido.
Pero, sabemos muy bien, lo que se olvida se repite, y se repite en los términos del síntoma que insiste en que hoy sea igual que ayer, haciendo que el presente se comporte como pasado. Sólo la memoria evita la yuxtaposición temporal, y pone al pasado en perspectiva. Pero la memoria es un trabajo, un ponerse a hacer, una incomodidad. Es, también, una simbolización para que lo atroz e irreversible no dejen a la víctima sin chance. La simbolización está sujeta, en gran parte, a la sanción legal, a la justicia que la sociedad le haga a la víctima.
En el trabajo terapéutico, el reencuentro del adulto con el abuso del que fue víctima en su infancia puede empezar con un amplio rodeo, con un motivo de consulta de otra índole. Luego de un tiempo, una frase del tipo «Quiero contarte algo que jamás le conté a nadie» abre algo distinto en la verbalización, pero que ya se había dejado entrever entre las grietas del discurso, en el lenguaje del síntoma.
En otras ocasiones, los pacientes recuerdan súbitamente en plena sesión. El impacto de lo revivido, las dudas acerca de la fidelidad del recuerdo, el cotejo con familiares, allegados, amigos, que puedan corroborar la autenticidad del recuerdo. Los reproches por la falta de protección y contención a la familia, a la escuela, a la parroquia, al club.
La desesperación inicial ante la escena de abuso revivida, la vergüenza, la actualización del desamparo del cuerpo sometido.
Y la pregunta invariable: «¿Por qué lo vine a recordar justo ahora?». Y la respuesta del terapeuta más o menos en estos términos: «Porque recién ahora el niño que fuiste se siente en condiciones de revivir el abuso». La seguridad puede ser una sensación hecha de palabras, aunque sean las palabras propias.
Reencontrarse con el abuso padecido en la infancia representa para el adulto el replanteamiento de toda su vida, de su forma de vincularse socialmente, de la torre de falsas seguridades que arrojó sombra sobre la extrema indefensión.
Reencontrarse con el abuso es trasponer en algún momento el umbral demarcado por la pregunta»¿Por qué yo?», para visibilizar ciertas pautas de la cultura patriarcal, machista, en que la sexual es una de las formas más habituales y consensuadas de la violencia. En ese sentido, cualquiera puede ser víctima de abuso sexual, pero el género y la edad son la parte más delgada del embudo de la vulnerabilidad. Las mujeres y los niños primero, suele entrañar una significación perversa.
Reencontrarse con el abuso implica descartar la inocencia de las bromas, desconfiar del humor, del consenso cultural para reírse y burlarse del otro; del otro sometido. ¿No hay que preguntarse, mínimamente, acerca del éxito de los capo-cómicos que basan lo suyo en cosificar a la mujer? ¿Dónde reverberaban los personajes encarnados por Alberto Olmedo? ¿Y las gatitas y ratones de Porcel, y el fiolo mediático de Sofovich, y los clichés sexuales de Carlín Calvo y Guillermo Francella?
Reencontrarse con el abuso implica poner en cuestión los cánticos de las hinchadas. ¿Qué es lo que se desea: hacer un gol o romperle el orto al rival? Acá no hay metáfora posible; de hecho, suelen quedarse con algo más que con el trasero de los del otro equipo: directamente, les quitan la vida.
Reencontrarse con el abuso implica que nadie puede hacerse ya el distraído cuando se bambinizan los vínculos entre los adultos y los menores, es decir, cuando la perversión de los mayores se apodera de la sexualidad no desarrollada de los niños, naturalizando con la ovación de una tribuna el sometimiento.
Reencontrase con el abuso implica confrontar con el disciplinamiento de los cuerpos profesado por la iglesia. Entre la veneración del CUERPO crucificado y la veneración del CUERPO virgen, hay varias cuestiones sin resolver. El celibato impuesto a sus pastores, los azotes, las penitencias, la caza de brujas, las hogueras de la inquisición… Sumémosle cuestiones recientes: rechazo a la anticoncepción, oposición al aborto.
Reencontrarse con el abuso implica dejar de desoír la ola mundial de denuncias de abuso sexual infantil contra miembros de la iglesia católica. Es decir, hay que oír lo que verdaderamente dice la iglesia, no porque sean menos hipócritas que durante los siglos anteriores, sino porque debemos alertarnos en contra de la naturalización del delito aberrante del abuso. El obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, dice: «Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas te provocan».
El ex obispo de Mar del Plata y actual presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, José María Arancedo, les dice a las madres de los niños abusados en un colegio católico marplatense: «Un abuso sexual no significa tanto».
Lo que para la iglesia no significa tanto, es una venia, la aplicación perversa de aquel «Dejad los niños venid a mí».
Reencontrarse con el abuso es restablecer el vínculo con la sexualidad propia, expropiada por un otro perverso. Es redescubrir el deseo, el amor, la punta de un largo ovillo a desenrrollar.
Reencontrase con el abuso es dejar de temer a la caja de Pandora. No se liberarán los males indecibles. Sólo se abrirá la jaula que encerró al inocente.

Lic. Milton Peralta
Sábado 19 de noviembre de 2011, Día Mundial de la Prevención del Abuso Sexual Infantil
Jornada «VOCES PARA ROMPER EL SILENCIO» organizada por LA ALAMEDA MAR DEL PLATA, avalada por la Cátedra Abierta de Derechos Humanos «Silvia Filler», Secretaría de Extensión, Universidad Nacional de Mar del Plata

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